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El heroico Batallón de San Patricio

Dentro de la historia de México existe un capítulo doloroso que dejó a su alrededor varios episodios que merecen ser recordados, nos referimos a la Intervención de Estados Unidos.

A principios de 1846 el Gobierno del vecino país del norte estaba pensando invadirnos y para ello usó todas sus fuerzas posibles, incluyendo a una “legión extranjera” por llamarle de alguna manera a un grupo de inmigrantes irlandeses y algunos alemanes que se enlistaron en su ejército.

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Así, al llegar a Matamoros, Tamaulipas, ocurrió algo inesperado tanto para los mexicanos como para los propios estadounidenses: un teniente del ejército norteamericano decidió desertar y unirse al bando mexicano poco antes de que se declarara la guerra, se trataba de John O’Riley, un inmigrante irlandés.

Al estallar la guerra binacional varios irlandeses y alemanes católicos decidieron seguir a O’Riley para respaldar al pueblo mexicano, surgiendo así el Batallón de San Patricio.

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Se especula que la razón de todos estos europeos de cambiar de bando fue el trato desigual que recibían por parte de los estadounidenses, ya que eran maltratados y recibían castigos más severos que los demás soldados por ser católicos y no protestantes.

Ante la confirmación de la lucha bélica, el particular agrupamiento decidió llevar como nombre el del santo patrono de Irlanda y asumir como estandarte una bandera verde, en la que aparece un arpa dorada y la leyenda “Erin Go Bragh”, que significa “Irlanda por siempre”.

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De inmediato comenzaron a coordinarse con los mandos militares mexicanos para disponerse a la defensa de la soberanía nacional. El grupo alcanzó a tener hasta 800 efectivos, pues se unieron a él algunos otros soldados de países como Canadá, Francia, Polonia y otros países de Europa.

El primer combate en el que participó el Batallón de San Patricio fue la Batalla de Monterrey, ocurrida el 21 de septiembre de 1846, y vaya que “la legión extranjera” dio todo por nuestro país, pues dieron una férrea defensa de la ciudad gracias a su labor en la artillería.

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Gracias a estas maniobras le impidieron hasta en dos ocasiones a los invasores ingresar al corazón de la ciudad. Este primer capítulo fue sumamente sangriento, los regiomontanos de ese entonces hicieron lo que pudieron para apoyar al ejército nacional y a los “san patricios” para contrarrestar los ataques de los estadounidenses.

Sin embargo, el general mexicano Pedro Ampudia solicitó una tregua con los mandos estadounidenses y se firmó la capitulación de la ciudad: el ejército mexicano saldría de Monterrey y el de Estados Unidos tomaría la plaza, con la condición de una salida digna.

Cuenta la historia que los miembros del San Patricio estaban enfadados con esta decisión pues querían seguir defendiendo a la Sultana del Norte.

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La siguiente batalla fue la de la Angostura, una zona semidesértica localizada cerca de Saltillo, el 22 de febrero de 1847.

Siguieron las batallas y durante la ocurrida el 20 de agosto de 1847 en Churubusco (Ciudad de México) el ejército invasor tuvo una gran victoria y nos derrotó, esto debido a la falta de municiones y a una explosión ocurrida en el polvorín del ejército nacional.

Una de las primeras acciones que tomó el general Winfield Scott fue la de reunir a todos los integrantes del Batallón de San Patricio para ajusticiarlos por traición.

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Se dice que antes de ser ajusticiados en la horca fueron fuertemente torturados. Únicamente O’Riley y los que desertaron antes de la declaración de guerra fueron perdonados.

Tras la ocupación estadounidense se perdió el rastro de los “San Patricios” que sobrevivieron, sin embargo su recuerdo permanece desde ese entonces a través de placas y monumentos.

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Es por este motivo que en muchas partes del país se conmemora de gran manera el Día de San Patricio.

Sin duda esta es una de las historias más emotivas de la defensa de la soberanía nacional.

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El fortín de la Ciudadela de Monterrey

La historia está ahí y muchas veces se puede ver y tocar, pero la rutina por lo general nos gana y los restos de nuestro pasado pasan desapercibidos, este caso aplica al Fortín de la Ciudadela de Monterrey.

Fortín de la Ciudadela: bastión de la resistencia regiomontana

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A finales del siglo XVIII se inició la construcción de la nueva catedral de Monterrey en la zona norte de la ciudad, en lo que hoy es el cuadrante comprendido entre las avenidas Juárez, Tapia, Guerrero e Isaac Garza.

Sin embargo en aquellos años la ciudad pasaba por momentos delicados económicamente hablando, por lo cual el proyecto quedó a medias.

Con el paso del tiempo, la construcción recibió el nombre de La Ciudadela y fue fortificada, siendo uno de los principales puntos de defensa de Monterrey.

Esta fortaleza era sumamente particular: medía 155 metros por cada lado, el perímetro estaba delimitado con fuertes paredes de sillar en forma de diamante, estando al centro del lugar la vieja Catedral que quedó inconclusa.

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Pero no fue sino hasta septiembre de 1846 cuando este fortín se puso a prueba ante la invasión de Estados Unidos, lo que dio pie a “La Batalla de Monterrey”, uno de los episodios más sangrientos de la Intervención estadounidense.

Los combates fueron sumamente duros y los regiomontanos se defendieron a como pudieron, sin embargo el Ejército mexicano optó por firmar la rendición y precisamente uno de los últimos capítulos de esta batalla se dieron en la Ciudadela, justo cuando las tropas mexicanas abandonaron la fortaleza y la entregaron a los estadounidenses.

Hoy en día se pueden apreciar los restos de esta construcción: un tramo de muro en la biblioteca pública “Felipe Guerra Castro”, de cara de la avenida Juárez, el cual tiene varios cañones empotrados que pasan desapercibidos para la mayoría de los regiomontanos.

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