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Cuando la bandera de Estados Unidos se izó en el Obispado

En la historia de Monterrey se han presentado varios momentos críticos y dolorosos, algunos producidos por desastres naturales, crisis económicas o más recientemente por problemas de inseguridad, sin embargo hay un pasaje histórico que se mantiene como uno de los capítulos más dolorosos y difíciles por los que ha pasado la Sultana del Norte: la Intervención estadounidense en México.

Este capítulo fue bautizado como la Batalla de Monterrey, la cual se desarrolló del 21 al 23 de septiembre de 1846.

Nuestra ciudad en ese entonces era muy distinta a lo que es hoy. El desarrollo económico no estaba consolidado y apenas comenzaba a estabilizarse la situación social, tras los primeros años del México independiente

Así, en pleno proceso de maduración, nuestro país sufrió el embate de las fuerzas norteamericana.

La Batalla de Monterrey

Estallado el conflicto entre México y Estados Unidos, Monterrey estuvo en la mira desde julio de 1846.

El destacamento militar de la ciudad, al mando del general Pedro Ampudia (nacido en La Habana, Cuba) hizo todos los preparativos para poder brindar una valiente defensa que le hiciera frente al poderío estadounidense.

Finalmente, el ejército estadounidense llegó a las afueras de Monterrey entre el 18 y 19 de septiembre del año mencionado. La intención de los invasores era arrasar la ciudad en el menor tiempo posible, para continuar expandiendo su dominio con miras a llegar a la capital del país.

Por el lado estadounidense, estaban al frente los legendarios generales William J. Worth y Zachary Taylor (quien ocupó la Presidencia de Estados Unidos años después).

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El mejor armamento y la disciplina militar del Ejército norteamericano contrastaba notablemente con las fuerzas mexicanas, pero a pesar de eso la valentía iba por delante.

Cabe señalar que las armas nacionales estuvieron apoyadas por el icónico Batallón de San Patricio, compuesto por inmigrantes irlandeses que decidieron defender la causa mexicana.

El Ejército nacional se comportó a la altura y pudo emboscar a los invasores durante los primeros días de hostildades, defendiendo a toda costa el fuerte del Cerro del Obispado, la mejor posición militar por su altura y ubicación.

Pero la artillería y el mejor armamento de los estadounidenses terminaron por doblegar las fuerzas mexicanas. Ante el asedio, los ciudadanos defendieron la ciudad como pudieron, con palos y piedras, incluso mujeres y niños hicieron lo imposible para mantener la resistencia.

Sin embargo, todo acabó mal. El terror y los abusos por parte de los soldados estadounidenses se hicieron presentes.El gobernador del Estado, Francisco de Paula, envió una carta al general Taylor, pidiéndole un lapso de tiempo para que la población civil pudiera abandonar la ciudad, pero este se negó a llegar a un acuerdo.

No fue sino hasta que el 24 de septiembre, cuando el general Ampudia solicitó una tregua y firmó la rendición. Se comprometió a entregar el fuerte de la Ciudadela y a retirar a sus hombres, con la condición de que se les diera un trato honroso y así fue, los soldados norteamericanos hicieron una valla para que salieran los soldados mexicanos, un acuerdo que la mayoría veía con amargura.

El ambiente en la ciudad se dice que era apocalíptico: destrucción total y muertos por todos lados.

De esta manera, la ciudad de Monterrey permaneció tomada por Estados Unidos hasta 1848, cuando terminó el conflicto bélico entre ambos países.

Seguramente ha de haber sido muy duro para nuestros ancestros tener que ver la bandera estadounidense a toda asta en el Cerro del Obispado. De eso queda como testimonio una pintura realizada en 1847, por Daniel Powers Whiting Y Fredereick J. Swinton.

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Los años siguientes no fueron menos duros. Llegaría la Guerra de Reforma y una invasión más, la de los franceses. Afortunadamente los regiomontanos de ese entonces supieron resistir y salir adelante, construyendo con mucho trabajo y esfuerzo lo que hoy se conoce como la Sultana del Norte.

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El fortín de la Ciudadela de Monterrey

La historia está ahí y muchas veces se puede ver y tocar, pero la rutina por lo general nos gana y los restos de nuestro pasado pasan desapercibidos, este caso aplica al Fortín de la Ciudadela de Monterrey.

Fortín de la Ciudadela: bastión de la resistencia regiomontana

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A finales del siglo XVIII se inició la construcción de la nueva catedral de Monterrey en la zona norte de la ciudad, en lo que hoy es el cuadrante comprendido entre las avenidas Juárez, Tapia, Guerrero e Isaac Garza.

Sin embargo en aquellos años la ciudad pasaba por momentos delicados económicamente hablando, por lo cual el proyecto quedó a medias.

Con el paso del tiempo, la construcción recibió el nombre de La Ciudadela y fue fortificada, siendo uno de los principales puntos de defensa de Monterrey.

Esta fortaleza era sumamente particular: medía 155 metros por cada lado, el perímetro estaba delimitado con fuertes paredes de sillar en forma de diamante, estando al centro del lugar la vieja Catedral que quedó inconclusa.

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Pero no fue sino hasta septiembre de 1846 cuando este fortín se puso a prueba ante la invasión de Estados Unidos, lo que dio pie a “La Batalla de Monterrey”, uno de los episodios más sangrientos de la Intervención estadounidense.

Los combates fueron sumamente duros y los regiomontanos se defendieron a como pudieron, sin embargo el Ejército mexicano optó por firmar la rendición y precisamente uno de los últimos capítulos de esta batalla se dieron en la Ciudadela, justo cuando las tropas mexicanas abandonaron la fortaleza y la entregaron a los estadounidenses.

Hoy en día se pueden apreciar los restos de esta construcción: un tramo de muro en la biblioteca pública “Felipe Guerra Castro”, de cara de la avenida Juárez, el cual tiene varios cañones empotrados que pasan desapercibidos para la mayoría de los regiomontanos.

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